Emotivo homenaje de la afición del Chapecoense para
despedir a su equipo tras el trágico accidente de avión. En el estadio
Arena Condá, feudo del equipo brasileño, no cabía un alfiler la noche
del miércoles. Todo Chapecó quiso estar presente en el acto que se
organizó a la misma hora programada para la disputa de la final de la
Copa Sudamericana en Medellín frente al Atlético Nacional.
Ese solemne encuentro no estuvo, sin embargo, exento de
indignación, después de haberse confirmado que el avión que trasladaba
al equipo a Colombia carecia de combustible en el momento de estrellarse.
El avión, que se vio perjudicado también por el intenso viento en
contra, se encontraba sólo a 17 kilómetros de la pista de aterrizaje. Una carrera de errores que enfurece a más de un seguidor. “Fue un error que acaba con vidas, que acaba con el Chapecoense, dijo para The Guardian Nataly Ferranti, de 16 años y que juega en las categorías inferiores de la modesta entidad. “Siento indignación”, completó.
Fue un error que acaba con vidas, que acaba con el Chapecoense”
El orgullo y el cariño de los hinchas con los
familiares y los pocos representantes que quedan del club tampoco
faltaron en el acto. “Con mucho orgullo, con mucho amor” o “este
sentimiento nunca va a parar” fueron algunos de los cánticos entonados
en comunión que unieron a una afición todavía en estado de shock por el
trágico suceso, pero que sacó fuerzas para llenar por completo el
estadio, con capacidad para unas 19.000 personas.
Algunos hinchas encendieron bengalas mientras se
dejaban la garganta al ritmo de los himnos del ‘Chape’, cánticos que se
mezclaron con aplausos improvisados cada vez que pasaba la mascota del
equipo, un niño de unos siete años ataviado con un tocado de plumas
indígenas.
En el círculo central del terreno de juego se colocaron un
altar y unas decenas de sillas reservadas para amigos y familiares de
las víctimas, donde se celebró una misa en recuerdo de los futbolistas.
Hasta el sacerdote se animó a azuzar a las gradas al cantar uno de los
gritos de guerra del “Chape”.
El punto álgido de la emovitva noche llegó cuando los
jugadores y el cuerpo técnico que no habían estado en el vuelo, unidos
por jugadores de los equipos juveniles, saltaron al campo. Agarrados
unos a otros y con lágrimas en los ojos, recibieron el calor y los
rugidos de la multitud. “Esto ayudó mucho”, dijo João Lima, un jugador
del filial. “Perdimos a muchos hermanos en muy poco tiempo. Pero tenemos
que avanzar y vencer.
El Celta ya navega por las aguas cálidas de
la clasificación, alejado de las tormentas y los malos vientos que le
azotaron en las primeras jornadas. Superado el arranque irregular del
campeonato, los de Eduardo Berizzo se han instalado en la zona confortable de la tabla -con los puestos europeos a una sola zancada-, tras superar al Valencia -cuarta victoria seguida en Balaídos-
en un trabajado partido donde aparcaron las florituras de otras tardes y
agarraron el pico y la pala para sacar carbón de un duelo tan intenso
como trabado, disparatado por momentos, y en el que con mucho esfuerzo y
dos genialidades culminadas por Roncaglia y Guidetti acabaron por
remontar el penalti con el que el cuadro de Prandelli se había
adelantado en el marcador.
Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que
el Celta era el equipo que más bonito perdía del mundo. A veces su
generosidad era tan grande que culminaba sus recitales regalando los
puntos al rival. No cabía mayor altruismo. Ahora el Celta empieza a
entender que no siempre puede vestirse con el traje de noche. El partido
con el Valencia pedía otra cosa y no dudaron los de Berizzo en ponerse
el mono de trabajo para sacar el partido a dentelladas. Porque no fue un
buen partido. Al Celta, lastrado por el encefalograma plamo de su
centro del campo, le costó tener la fluidez habitual y el equipo jugó a
espasmos. Hubo demasiada desconexión entre líneas. Influyó seguramente
la defensa de emergenciaque tuvo que disponer Berizzo
por las ausencias de Mallo, Cabral y Sergi Gómez. Costas y Fontás, que
debutaban en Liga, evidenciaron las dudas y los nervios propios de la
inactividad. Esa circunstancia afectó a la raíz del juego del Celta.
Nació sucio, poco claro, sin salidas por los costados y con abuso del
pelotazo en busca de Guidetti. Un panorama complejo para un equipo como
el vigués, mucho más acostumbrado a la conducción vertiginosa, a la
circulación ágil de la pelota. Pero no había nada de eso. Ni media idea
se adivinaba en la sala de máquinas de los célticos donde Radoja pagaba el exceso de horas de vuelo que
acumula en las últimas semanas. El Valencia mientras planteó una pelea
intensa en el medio con la intención de aprovechar sus piernas frescas
en ataque y las posibles dudas viguesas. Fue así como abrieron el
marcador. En una rápida transición por la banda, Rodrigo le ganó la
carrera a Costas que echó el brazo sobre el delantero. Clos Gómez,
infame toda la tarde, señaló el penalti que convirtió Parejo engañando a
Rubén, una de las grandes novedades en la alineación de Berizzo.
No
era un panorama sencillo el que se le dibujaba al Celta: remontar a un
buen equipo como el Valencia en un día en el que le faltaba la
clarividencia de Orellana (ausente por lesión), de Aspas (demasiado
arrinconado en la banda derecha) o de Pione Sisto (incapaz de superar en
el duelo particular a Cancelo). La brutal pelea de Guidetti con los
centrales solo alcanzó para reclamar un penalti por supuesto empujón al
sueco. Pero a falta de inspiración el Celta puso arrojo. No es poca
cosa. Hay equipos, llamados a grandes peleas a los que les cuesta
bajarse al barro. No es de esa clase el conjunto de Berizzo. Se enfanga
sin dudarlo aunque en días como el de ayer tuvieran que tirar del viejo
manual del juego directo que se manejaba en los tiempos de Maguregui. Y
en una de esas apareció Roncaglia para hacer una jugada más propia de
Messi que de un baqueteado defensa central. El argentino, que estaba
siendo lo más solvente del Celta, recogió un balón en el área con un
control inverosímil, sentó a dos rivales en un palmo y ajustó un misil
al palo largo de la portería de Alves, cuyo vuelo solo sirvió para
adornar el tanto.
Los vigueses recibieron una inyección de autoestima justo
antes de volver a la caseta para el descanso. Un momento especialmente
importante que, según la lógica, debería haberle servido para encontrar
serenidad y alguna otra vía para combatir a los de Prandelli. Pero
sucedió justo al contrario. El Celta regresó hecho un manejo de nervios.
Se instaló en el primer cuarto de hora de la reanudación un tremendo
desconcierto, se abrieron grietas por todas partes mientras el juego lo
manejaban Nani, Parejo y compañía. La defensa resistió como pudo el
aluvión mientras el centro del campo vigués, incapaz de ganar un balón
dividido ni parar un segundo el juego, se hacía transparente.
La
solución la encontró Berizzo en el momento en el que la musculatura de
Radoja dijo basta. Faltaban poco más de veinte minutos y hacía tiempo
que el partido reclamaba un movimiento del banquillo. Entró en el campo
Marcelo Díaz, que no es un legionario, pero tiene un don con la pelota
en los pies. Desafortunado en sus últimos partidos, el chileno le puso
al Celta lo que echaba de menos. Un instante de pausa. Y a su alrededor
fueron apareciendo otros futbolistas. Parecía un costurero. Díaz fue
cosiendo las líneas y el juego del equipo vigués fue cobrando sentido.
Incluso los defensas se contagiaron de su claridad para proporcionarle
más seguridad al conjunto. El Valencia se sintió inseguro entonces. El
balón llegaba más limpio a la zona de ataque. Ya no eran misiles en
busca de Guidetti. Aparecían Pione, Aspas o el incansable Wass por el
área de Alves. Pocos disparos, pero las llegadas ya eran constantes. A
falta de un cuarto de hora llegó el truco final. Un saque de esquina
lanzado desde la banda derecha del ataque en la que los jugadores de
Berizzo se disfrazaron de orfebres. En ese momento colgaron del perchero
el mono de trabajo que habían sudado toda la tarde para ponerse el
esmoquin recién planchado. Wass y Marcelo Díaz tejieron una combinación a
un toque que descolocó a toda la defensa del Valencia. El chileno llegó
a la línea de fondo y puso el balón al punto de penalti donde medio
Celta esperaba el envío. El Valencia, en cambio, se sintió desprotegido,
desnudo, y todos sus futbolistas se metieron en el área chica. Una
jugada que acredita trabajo, disciplina, pizarra y humildad (la que tuvo
Berizzo que disimular diciendo que la jugada no estaba ensayada).
Guidetti picó el cabezazo para marcar el segundo gol ante la mirada de
pánico de los valencianistas, que ya no tuvieron capacidad para comprometer a la defensa del Celta. El equipo ya era otro. Díaz le había pegado cuatro puntadas sanadoras.